Los mitos y verdades del método Montessori
- Angela Cortés Segura
- 11 jul 2019
- 2 Min. de lectura

Cuando María Montessori diseñó su metodología y la hizo pública, en el año 1912, la hizo pensando en las diversas cualidades que tenía un niño, desarrollándolas de acuerdo a su edad, intereses y capacidades, en un lazo en un lazo guía-niño que, junto al apoyo de los padres logrando formar un niño integral, desarrollando sus áreas sociales, emocionales e intelectuales. Un niño adaptable al mundo que le tocará vivir.
97 años después, y al ver en la práctica el método de trabajo uno pudo quedarse con diversas impresiones tales como “El niño va, hace lo que quiere, no aprende mucho y además la tía no dicta ninguna pauta” o “Las escuelas Montessori son para niños con problemas de conducta. Ahí les mejoran el comportamiento pero con poca creatividad”.
En efecto, una metodología tan compleja y distinta como la Montessori, comparándola a otros estilos educativos más comunes, genera diversos mitos y prejuicios. Sin embargo, en lo concreto, este método no apunta al libre albedrío de los niños ni mucho menos refleja a sus educadoras como simples observadoras de la realidad. Apunta al trabajo tanto de equipo como individual y a desarrollar al máximo las diferentes áreas de cada niño.
Uno de los ejes que Montessori potenció en los niños fue el respeto a ellos mismos como seres concientes de sus capacidades, y respeto hacia los demás y su entorno, logrando autocontrol, independencia, y fortaleciendo su autoestima.
Es cierto que las guías observan a los niños en cuanto a cómo va su evolución educativa bajo el modelo, pero el rol concreto de ellas es de ser una guía en su aprendizaje. Cuando la educadora nota que el niño tiene habilidades para desarrollar áreas de especificas, las potencia con actividades especiales e incluso estimula otras aptitudes para que así el niño pueda desarrollar íntegramente su intelecto. En otras palabras, se avanza en todas las áreas para lograr así equilibrio y armonía. Si avanza más en un área no implica que vaya en desmedro de las otras.
En el método Montessori no hay nada al azar. Todo está planificado según las necesidades del menor y se trabaja en ambientes cómodos, seguros y adecuados. El trabajo no es una obligación, sino más bien una invitación a estimular los sentidos y al autodescubrimiento, gracias a las herramientas de trabajo diseñadas especialmente para el aprendizaje.
Al final del periodo de aprendizaje, es posible notar niños más seguros, alegres y comprometidos con los demás y su entorno.
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